Un soplo fuerte, inesperado y frío,
por los senderos libres y desiertos
barrió las secas galas del estío...

M. Hernández

jueves, 28 de marzo de 2013

Poetas castellanos del Sáhara

"Aveces los deseos / son inmensos / como los latidos / de este espectro vacío”, se lee en español en el poema Cómo atraer a la lluvia, del saharaui Limam Boisha. El territorio del Sáhara Occidental (ocupado por Marruecos) y los campamentos de Tinduf, en Argelia (ese vacío adonde fueron a refugiarse los saharauis tras el abandono en el que los dejó España en 1976), están llenos de deseos. Y de palabras castellanas, usadas tanto en prosa como en verso. Allí, entre las jaimas que conforman las wilayas o aldeas, entre el sol y el viento inmisericordes, se narran historias en el idioma de Cervantes. Y se guardan sus rimas cual tesoro. La poesía, dice Boisha, es como los granos de arena, “se mezcla en todo”. Pocos pueblos tan generosos, se podría decir, como para amar la lengua de aquel que un día te traicionó. De ello nos hablan, en un día frío de este invierno, seis poetas saharauis reunidos en la plaza de España de Madrid. “Existe la literatura en castellano en África, en un país árabe”. Lo confirman bajo la estatua de Don Quijote y Sancho, un lugar nada casual: en 2005 se constituyó aquí el grupo Generación de la Amistad Saharaui, al que pertenecen(generaciondelaamistad.blogspot.com). Hay un libro, incluso, muy a cuento, en el que algunos han participado: Don Quijote, el azri de la badia saharaui. El azri, en hasanía, es el caballero andante.

Poetas andantes, con el sol en la piel, bien activos, que se han agrupado para contar su cultura y su drama. Son Limam Boisha (Atar, 1972; reside ahora en Madrid), Alí Salem Iselmu (1970, Villa Cisneros; ahora en Vitoria), Bahia Mahmud Awah (1960, Auserd; en Madrid), Zahra Hasnaui (1964, El Aaiún; en Guadalajara), Sukeina Aali-Taleb Fernández (1975, nacida en Madrid)… Otros miembros son también Luali Lahsan (reside en Alicante), Chejdan Mahmud Yazid (ahora en los campamentos), Saleh Abdalahi (en Mallorca), Mohamed Salem Abdelfatah, Ebnu (que reside en Uruguay)…

Estos escritores que avivan las letras “donde el cielo abraza la inmensidad de los desiertos”, escribe Awah, nacieron en su mayoría en el Sáhara Occidental cuando era colonia española, vivieron de niños el éxodo y el exilio, estudiaron en Cuba y regresaron a los campamentos de refugiados en Argelia tras larga ausencia sin contacto familiar. “La vuelta fue traumática”. Emigraron luego a España. Y ahora van y vienen a una tierra prestada, ese lugar en cuyo cielo “Dios solo sembró estrellas y deseos…” (Boisha) desde donde añoran la propia: “Recuerda que existe una tierra sin amo y sin dueño” (Iselmu). Muchos trabajaron antaño en la radio saharaui en Rabouni, capital administrativa de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), y contaban historias en emisiones en español. Periodistas y poetas, fértiles, pues, como el desierto fértil, la badia.

Sukeina misma, la más joven, conoció a sus compañeros gracias a un viaje de la cadena SER, cuando ella, hija de española y saharaui –el primer universitario de las wilayas–, fue a Tinduf. Lo cuenta. Cuando se juntan, como ahora, se ponen al día en proyectos, noticias de familiares, novedades de aquí y de allá… y se ríen con anécdotas. “Imagina un girasol, ¿hacia dónde mirará allí plantado en el desierto?”. Pura cultura oral, dicen que son. Como en toda África, lo escrito es novedad.

“Un beso, solamente un beso, separa la boca de África de los labios de Europa”, se lee en Los versos de la madera, de Boisha. Un beso apenas. Y sin embargo, la distancia entre continentes es infinita. Mucho más, vista desde esa esquina del exilio que es Tinduf hacia donde remite inevitablemente siempre su literatura. “¿Existiría la hamada si no nos hubieran intentado enterrar en ella? / … / ¿Existiría el Sáhara sin la envidia de la memoria del viento, sin las señales del fuego, la libertad de los pastos, la sombra de las acacias? / Sin el muro que separa nuestra carne, sin los hilos que siembran la muerte, sangre nuestra, ¿existiríamos?” (del poema Di que no me lo has contado).

Todos cuentan: “Mientras se lucha, se espera”. “Las nuevas generaciones son belicistas”. “La cultura de ser saharaui está cada vez más arraigada”. “Un drama es nuestra vida”. “El tiempo corre a favor de los marroquíes siempre”. “Hay que buscar solución pacífica que respete al pueblo saharaui… pues puede desembocar en situación no esperada”. Desesperanza. Abandono. Paciencia. “Somos pueblo del desierto; hay que esperar siempre, y eso crea carácter”. Por esto, la literatura saharaui es social, reivindicativa; lo político siempre surge… Nos alimentamos del “catarro del exilio”, de la incertidumbre y la nostalgia de la familia y el paisaje del Sáhara. “Estamos viviendo una experiencia que jamás imaginaron nuestros antepasados, nómadas consumados”. Y remiten a los sucesos hace dos años en Gdaim Izik, en El Aaiún, a la visión de muertos y cuerpos heridos por la represión marroquí. Todo cabe en sus obras, en sus títulos: Pasión de los olvidados, La música del siroco (Iselmu), Versos refugiados, El sueño de volver, La maestra que me enseñó en una tabla de madera (Bahia), La arena de tus huellas (Saleh Abdalahi), Voz de fuego y Nómada en el exilio (Ebnu)…

Sukeina se crio en España. Sus referentes, dice, son mezcla. Pero de adolescente empezó a ir a los campamentos, supo de la leche de camella para curarlo todo, conoció a familiares y la pena le hizo surco.Dioses, hombres y ratones es uno de sus cuentos. “No conozco la zona ocupada. Me niego a ir”. La situación en que vive su pueblo es un pozo inagotable de inspiración. Extraen de él impotencia. El silencio de las nubes, titula su obra Zahra Hasnaui. “Nos llaman hijos de las nubes” (y con eso por título y el añadido –la última colonia– ganó un Goya la película de Javier Bardem hace nada). Mohamed Alí Alí-Salem, quien se ocupa de cultura en la delegación saharaui, participó hace años en la antología También en el desierto crecen flores. Y escribe: “Mi tierra, lugar de donde vengo, adonde voy”. Unos y otras hablan de la hamada y la badia, dos desiertos bien distintos; de melfas, camellos, jaimas, canciones, batallas; de lugares como Tiris, Tifariti o Tindouf, de la baraka y los espejismos, de los versos escritos en la madera que luego se beben para fecundar la mente, de los beduinos… “Los hubo y los hay”, dice Boisha. Y sí, los vemos partir cuando él los cita, igual que vemos la lluvia caer cuando la nombra… Beduino en el Caribe titulará Iselmu su nueva obra.

Boisha presenta ahora en gira su segundo libro, Ritos de jaima. Habla este hombre enjuto y amable como escribe, suavemente. ¿De qué se alimenta la literatura saharaui castellana? Lo desvela: “De la oralidad sonora que crepita a cualquier hora, del viento que esculpe la acacia, del humo azulado de las hogueras, de la sensualidad de las miradas, de los destierros individuales y el colectivo. De las heridas de la guerra, del hedor de la ocupación… Del azul sonrisa del cielo y del cálido abrigo de las estrellas. Del crepúsculo en cada vaso de té y de la tenacidad de un pueblo por su libertad”.

Distintas antologías han ido marcando aquí y allí este camino literario. En 2002 se publicó Añoranza; en 2003, Bubisher, poesía saharaui contemporánea. Hay otras: Um Draiga, Treinta y uno (thirty one), Aaiún, gritando lo que se siente, La fuente de Saguia... ¿Sus fuentes? “La poesía hispanoamericana y la generación del 27… Pero también la poesía saharaui en hasanía nos enriquece”. Y les dota de originalidad, una manera especial de ver el Sáhara y el mundo. Un mundo donde la espera es la vida. Cuatro décadas llevan unas 165.000 personas anhelando en vano que una decisión internacional les deje celebrar referéndum, les restituya su tierra… “Tanta arena insaciable / es una estación perpetua” (Boisha, Los versos de la madera).

http://elpais.com/elpais/2013/03/27/eps/1364409377_080491.html

domingo, 17 de marzo de 2013

Canto de amor a un marido rehén

"La mujer se sube sola al coche”. Françoise Larribe tuvo que desempolvar el español estudiado en el instituto para comprender la orden que le daba en esa lengua un saharaui al que había apodado Miguel. Iba a ser liberada tras cinco meses de secuestro en el norte de Malí.

Pero lo que para los demás rehenes era un sueño, para ella se convertiría en una pesadilla. Françoise, de 63 años, recobró la libertad el 25 de febrero de 2011, pero dos años después su marido, Daniel, y otros tres rehenes franceses permanecen aún en manos de la rama magrebí de Al Qaeda (AQMI) en esa franja septentrional de Malí donde estalló la guerra hace dos meses.

“Por razones humanitarias acaso la dejemos en libertad”, había anunciado horas antes un tuareg negro a Françoise y a su marido. “Nos vamos juntos o yo no me voy”, le contestó tajante la rehén, que es pareja de Daniel desde hace más de 40 años. Daniel la convenció después de que no debía resistirse porque así levantaría el ánimo de sus dos hijas residentes en el suroeste deFrancia.

Françoise y Daniel se repartieron las mantas con las que se tapaban cuando dormían al aire libre, la media docena de aspirinas —“nuestra farmacopea”, ironiza— y ella le dejó los calcetines que se ponía para dormir. Subió a la camioneta, pero no a la parte trasera descubierta como le indicaron, sino a la cabina, y echó la mirada hacia atrás. “Daniel estaba de pie, tieso, con los ojos llenos de lágrimas”, recuerda Françoise. “Yo temblaba”. “Había tanto dolor en nuestras miradas que hasta nuestros cancerberos parecían incómodos”.

“Sus últimas palabras fueron para decirme que aguantaría seis y hasta ocho meses más” en ese inhóspito desierto, prosigue Françoise. Desde que las pronunció han transcurrido más de dos años. “Aun así, sé que no se va a derrumbar, que resistirá”, insiste Françoise. “Sabe que le estamos esperando”. “Posee recursos intelectuales y espirituales para soportarlo”.

Larribe vive en Nimes (suroeste de Francia), pero el jueves estuvo en París. Citó a EL PAÍS en una célebre cafetería-restaurante de estilo rococó inaugurada en 1901. “Me encanta el marco, el ambiente”, explica. Es una mujer con apariencia endeble, pero de la que emana mucha energía. Es locuaz. “Me gusta hablar de Daniel porque es hacer que exista”, recalca.

Las parrafadas que pronuncia concluyen con frecuencia con una sonrisa comunicativa, excepto cuando evoca los momentos más penosos de su cautiverio o el sufrimiento de Daniel. “No paro de pensar en su soledad y su abatimiento”.

Aquella madrugada del 16 de septiembre de 2010 no fue el gato el que derribó la mesa de planchar en su casa de Arlit, en el noreste de Níger. El ruido lo provocaron los terroristas al penetrar en la vivienda para capturar a Daniel, a Françoise y también, en otros alojamientos, a otros cinco trabajadores extranjeros —tres franceses, un togolés y un malgache— de la multinacional Areva y de su subsidiaria Sogea-Satom.

Daniel Larribe, geólogo de 62 años, se trasladó de Namibia a Arlit, donde ya había pasado cuatro años, en junio de 2010 como director de producción de Areva. Ella llegó después tras someterse con éxito a una quimioterapia. Allí, “en ese lugar de fin del mundo”, como lo describe Françoise, el mastodonte nuclear francés explota una mina de la que hace 30 años se extraía el 40% del uranio mundial, pero que ahora ha decaído.

La angustia de Françoise tras su liberación no solo persiste, sino que se ha incrementado. Hasta enero pasado, Daniel y sus otros tres compañeros de cautiverio llevaban solo la penosa vida de los rehenes del Sahel “durmiendo al aire libre, pasando frío de noche y mucho calor de día, comiendo mucha pasta, con el agua racionada, sin apenas poder lavarse y, sobre todo, sin nada que hacer”, recuerda Françoise. “Eso sí, siempre nos trataron correctamente compartiendo con nosotros lo poco que tenían”.

En enero las fuerzas especiales francesas, secundadas por algunos ejércitos africanos, intervinieron en Malí para parar el avance de los terroristas hacia Bamako, la capital, y después reconquistar el norte del país. Ahora Daniel y los demás deben de sufrir aún más porque huyen de las bombas que lanza su propia aviación, porque las líneas de abastecimiento están rotas y la comida escasea aún más.

“Son grandes guerreros; son como una apisonadora cuando avanzan”. Françoise describe así a los soldados chadianos, a los que ha visto combatir cuando vivía en Yamena con Daniel, y que ahora preceden a los franceses en el asalto al macizo de Adrar de los Iforas, el gran reducto de los terroristas en Malí. “Son feroces”, insiste.

Es allí donde probablemente, a finales de febrero, fue abatido Abdelhamid abu Zeid, argelino de 45 años, jefe de la katiba (célula) de Al Qaeda que más occidentales secuestró. Françoise fue interrogada por él, a través de un intérprete, justo antes de ser liberada. “Era un hombre diminuto, que hablaba en voz baja marcando largas pausas, pero que tenía una mirada penetrante”, recuerda. “Nunca se separaba de su Kaláshnikov, casi tan alto como él”, añade.

Abu Zeid entregó a la mujer y a sus rehenes togolés y malgache a un gigante vestido a lo tuareg a cambio de 12 millones de euros, según Vicki J. Huddleston, exembajadora de EE UU en Malí. El gigante era Jean-Marc Gadouillet, un ex agente secreto francés que ahora trabajaba para Areva y sus filiales. “¿Va a recuperar a los demás?”, le preguntó de entrada Françoise. “Lo vamos a intentar”, le contestó. Lo intentó hasta que en diciembre de 2011 resultó gravemente herido de bala en un control de la gendarmería maliense cerca de Gao.

Aunque desde entonces han llegado nuevas pruebas de vida de los rehenes —la última, un vídeo en septiembre pasado—, los canales de negociación con los terroristas están rotos. Si no lo estuviera, el presidente François Hollande, que recibió a sus familiares el 20 de enero, no permitiría ya el pago de un rescate. Su predecesor, Nicolas Sarkozy, hizo la vista gorda a condición de que las empresas, y no el Estado, pusieran el dinero.

Pascale Robert, la madre del más joven de los rehenes —27 años—, implora al Gobierno que el Ejército haga una pausa en su ofensiva en Malí para buscar un desenlace al más largo secuestro de África. Ahora los terroristas ya no están en posición de fuerza. Françoise se conforma con pedir que se les permita “no salir de la guerra como perros con el rabo entre las piernas a cambio de respetar la vida de nuestros seres queridos”.

¿Cómo lo sobrelleva? “Llevo tanto tiempo…”. “Tengo un sentimiento de culpabilidad; yo aquí y ellos allí”. “Intento que el dolor no lo sea todo en mi vida”. “Canto en la coral de Madrigal (Nimes), leo, y escribo para Daniel cartas” que su destinatario no leerá. Françoise es protestante y también reza. “Me movilizo en Francia para que no les olvidemos”. “Lucho así para derrotar al mal”.
http://internacional.elpais.com/internacional/2013/03/15/actualidad/1363370321_040487.html