Un soplo fuerte, inesperado y frío,
por los senderos libres y desiertos
barrió las secas galas del estío...

M. Hernández

domingo, 13 de octubre de 2013

Secuestran a seis trabajadores de Cruz Roja y un voluntario local en Siria


Hombres armados no identificados han secuestrado a seis trabajadores de la Cruz Roja y un voluntario local de la Media Luna Roja al noroeste de Siria, según ha confirmado el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).
La agencia humanitaria no ha mantenido contactos con los captores, pero ha exigido la liberación inmediata de las siete personas a través de su portavoz Ewan Watson, que no ha querido revelar por ahora las nacionalidades o sexo de los retenidos.
"Puedo confirmar que seis miembros del personal del CICR y un voluntario de la Media Luna Roja siria han sido secuestrados cerca de Idlib, en el noroeste de Siria", ha admitido Watson en Ginebra.
"Exigimos la liberación inmediata y sin condiciones de este equipo, que ha ido entregando ayuda humanitaria a los más necesitados, en ambos lados de la línea del frente", ha subrayado.
La Cruz Roja había admitido haber perdido contacto con un equipo de empleados que había viajado al norte de Siria para evaluar la situación sanitaria, en medio de las informaciones de medios locales que apuntan a un posible secuestro.
Una portavoz del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en Siria, Rima Kamal, había indicado que desconocen el paradero de seis trabajadores del organismo que se trasladaron el jueves pasado a la provincia septentrional de Idlib y que tenían previsto dirigirse este domingo a Damasco.
"Desde esta mañana no hemos podido contactar con ellos", había apuntado Kamal Por su parte, la agencia oficial de noticias siria Sana había informado del rapto de un grupo de empleados del CICR por parte de un supuesto grupo armado en la carretera que une las localidades de Sermin y Saraqeb, en Idlib.
Según una fuente oficial citada por Sana, un grupo terrorista abrió fuego contra el vehículo en el que se desplazaban los miembros del Comité Internacional de la Cruz Roja y los secuestraron.
El informe de Sana usando el término 'terrorista', usado por Damasco para designar a los rebeldes que intentan derrocar al presidente Bachar Asad. Watson no ha podido confirmar que se hayan producido disparos, pero ha informado de que los vehículos del equipo también han desaparecido.
Siria es escenario diario de secuestros y robos, que se han multiplicado desde que estalló en marzo de 2011 el conflicto entre partidarios y detractores de Asad, que ha derivado en unasangrienta guerra civil con más de 100.000 muertos y más de dos millones de refugiados, según datos de la ONU.

sábado, 12 de octubre de 2013

Acnur: 'Es vergonzoso ver cómo cientos se ahogan a las puertas de Europa'

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), Antonio Guterres, ha reclamado este sábado mayor colaboración entre países para aumentar la vigilancia y la capacidad de rescate en el mar Mediterráneo, e identificar así barcos en dificultades, en particular los que llevan refugiados e inmigrantes.
Guterres ha expresado a través de un comunicado su "conmoción" por "una nueva tragedia", tras el naufragio el viernes de un barco en las costas en aguas maltesas, a unos 80 kilómetros de la isla de Lampedusa, que se ha cobrado la vida, según las autoridades italianas, de 34 inmigrantes, de los que una decena era niños.
Acnur ha felicitado a la "acción conjunta" de los guardacostas de Malta, que han rescatado a unas 147 personas, y a la Marina italiana, que ha salvado a 56. No obstante, ha recordado que, según los testimonios de estos supervivientes, había por los menos 400 sirios y palestinos a bordo.
"Es la tercera tragedia de estas características en el Mediterráneo en solo dos semanas. Es vergonzoso ser testigos de cómo cientos de inmigrantes se ahogan a las puertas de Europa", ha subrayado el Alto Comisionado.
Guterres ha expresado una especial preocupación por la situación de los emigrantes sirios, que huyendo de la violencia en su país "arriesgan su vida en manos de traficantes y contrabandistas en el intento de llegar sanos y salvos a Europa".

Doble tragedia

"Han escapado de balas y bombas para terminar muriendo antes de siquiera tener la oportunidad de pedir asilo", ha lamentado. Gutteres también pidió que se investigue el supuesto ataque que sufrió el barco que naufragó el vienes cuando partía de Zwara (Libia), ya que según los testimonios de los supervivientes, fueron tiroteados por una embarcación y tres pasajeros resultaron heridos.
Otros dos barcos, uno con 183 pasajeros y otro con 83 fueron rescatados la noche del viernes cerca de Lampedusa. En total, 785 personas permanecen en estos momentos refugiadas en esa isla, incluyendo los 156 supervivientes del tráfico naufragio del pasado 3 de octubre, del que ya se han recuperado 359 cadáveres del agua.
Ante esta situación, Guterres ha reclamado "medidas urgentes" para poner fin a estas tragedias, como la identificación de lugares seguros para el desembarco y rescate de refugiados y emigrantes, así como colaboración internacional para identificar y perseguir a las personas implicadas en el tráfico de personas.
El Alto Comisionado ha urgido a que se habiliten más lugares de acogida en Malta y Lampedusa y se mejoren las condiciones de los ya existentes, con acceso a asistencia médica.
Acnur también ha considerado necesario que se proceda al registro y a la identificación de los supervivientes y se facilite el procedimiento de petición de asilo para aquéllos que probablemente necesiten protección internacional.
En este sentido, Guterres ha recordado que esta responsabilidad no debe recaer sólo sobre los territorios donde se produce el naufragio o donde estas personas son rescatadas.
Por último, también ha sugerido que se aumente la colaboración entre gobiernos para intercambiar información sobre los movimientos en aguas del Mediterráneo, como las rutas más transitadas, los perfiles y puntos de entrada de estos barcos, con la intención de diseñar planes de respuesta conjuntos.

domingo, 6 de octubre de 2013

De nuevo en el muelle de la muerte

Existe para cualquier hombre un lugar en el que le resulta imposible divertirse, olvidar su propia vida. En el que, como en Dodoma, los árboles, sacudidos por el viento, no profetizan, no es el futuro lo que conocen sino el pasado, y recuerdan. En el que no podemos juzgar o condenar; sencillamente allí hemos visto, sabemos. Para mí ese lugar es Lampedusa.

No sabía, antes de llegar aquí, que existieran seres a los que se arroja como desperdicios, cuando aún no están muertos, a los que nadie quiere socorrer y que mueren poco a poco, extenuados por sus dolores, deshaciéndose lentamente al aire libre.

Un descubrimiento casual, después de un viaje en cuya meta se hallaba esta isla. Aquí a mí me sería imposible, como esos últimos turistas bronceados que chancleteaban ayer bajo el dulce ocaso del otoño, acercarme al puerto «a ver a los muertos», donde me sería imposible sumergirme en el mar. Lampedusa: aquí la tierra no ama los árboles, como tampoco los hombres los aman; la tierra seca y dura no los alimenta, lo hace el mar. Aquí hay una historia mía escrita en el mar, indescifrable para los no iniciados.

Paso, justo enfrente del muelle, ante el cementerio de los derrelictos, las barcazas de los «clandestinos»; nadie tiene el coraje de llevárselas, de destruirlas, los colores un poco más desvaídos que hace dos años. Mi barca no está aquí porque se hundió, igual que la de estos africanos, la de los muertos de ahora. Hace dos años desembarqué en este mismo muelle: yo era uno de ellos, desde Zarzis, en Túnez, hasta Lampedusa, veintitantas horas de mar y después el naufragio y la muerte que, afortunadamente, gracias a la mano fraternal de hombres valerosos, a nosotros tan sólo nos rozó. También entonces, de haber estado el mundo recién creado para albergar a los ángeles, en aquel mundo no habría podido alborear día más hermoso.

Camino por el muelle, ese mismo muelle, en medio de los curiosos, de las televisiones que cuentan, que intentan explicar. Mis compañeros náufragos de hace dos años bajaron a tierra envueltos en hojas de plástico relucientes como corazas. Ahora desfilan los sacos negros de los muertos. Ya he descrito el brillo, bajo el sol de otoño, de las tejas y de las rocas, un paisaje palpitante, fraternal, donde el viento en el crepúsculo es el aliento, vivo y cálido, de una criatura de Dios. Aquí aprendí que sufrir parece algo maravillosa al hombre que se ha sentido cerca de la muerte y que de repente descubre que está a salvo. Algunos, pescadores de ojos oscuros y relucientes como aceitunas negras, todavía se acuerdan de mí: «Tú estás vivo…».

Mis ciento doce compañeros; de pocos recuerdo aún el nombre, en el mar apretujados sobre el puente para ganar espacio —el espacio cuesta y es fructífero para los traficantes—, asediados por las olas nadie habla. ¿Quién se acordará de los nombres de estos muertos? Rostros demasiado evanescente, mucho me temo, para que uno solo de sus rasgos sea reconocible si se recorta en la curva de los cascos, si se mueve como las hojas. Quisiera que en mí, conmigo ascendieran desde el abismo, pudieran respirar al aire libre estos nuevos muertos también. ¿Por qué contar no puede ser una resurrección? ¿Por qué las historias, las historias que escribiremos mañana en los periódicos no pueden hacer revivir su intimidad, las vidas secretas de sus corazones?

Hace dos años me embarqué para entender, para intentar entender. Para la mayor parte de estos hombres, al contrario de lo que nos ocurre a nosotros, morir es un sencillo incidente: tropiezan y desaparecen en la trampa como animales sorprendidos. Tunecinos ayer, eritreos, somalíes, sirios hoy, durante toda su vida han contemplado la muerte, inmersos desde la infancia en esa vorágine y siempre han entregrado su corazón y a sí mismos a la noche.

¡No, me equivoco! Ninguna de estas tragedias se asemeja en el fondo, ninguna desesperación, ningún dolor es igual a otro dolor. Hace dos años mis compañeros eran todos jóvenes, una generación que había ganado una revolución y afrontaba la muerte en el mar para ir a ver, ahora que eran libres, el mundo, el otro mundo, su futuro posible. Hoy, hoy son la miseria, el hambre, la desgracia, la guerra, la revolución perdida: son el campo devastado por la sequía, los bienes robados por el miliciano o el gobierno, la mano levantada del fanático. Una fuerza más grande y más tremenda, misteriosa como el propio rostro de la vida, que a veces tiene la mirada estremecedora del desierto y otras veces los ojos dulces del mar, ha movido a estos hombres más allá del terraplén del miedo, les ha enseñado a huir, aunque el peligro sea mortal y un hilo sutilísimo separe la desesperación de la esperanza y no les sea dado a los hombres el conocerlo. Aferrados a ese hilo, que es más fuerte que el cable que sostiene el ancla de sus barcazas desgraciadas, aferrados con manos y dientes a ese hilo que se llama voluntad de resistir, de continuar, de tener esperanza, y que tal vez sea la fe en Dios en su Dios, han permanecido firmes sobre ese tablazón podrido hasta que el mar o el fuego han consumido sus esperanzas. Al final de su camino hay en cambio un mundo que acarrea en sí la moral de la desigualdad.

Hace dos años acompañé durante un breve tramo la anábasis de un pueblo que no está marcado en los libros de geografía ni en los índices de la ONU, pero que crece cada día, el pueblo de los emigrantes. Nadie puede contarlos, ni a los vivos ni a los muertos. Es un pueblo que conoce la paciencia, para el que las esperas se allanan y se ensanchan en una aparente eternidad. En perenne camino, franquea los desiertos, no ha visto nunca el mar y, sin embargo, monta sobre desvencijadas barcazas y mira a la cara las tempestades. El mar es la imagen del inasible fantasma de la vida, y es la clave de todo. ¿Qué sabemos nosotros del momento de la marcha, si no estábamos con ellos? Mis compañeros me contaron que toda separación es un estallido de llanto entremezclado de alegría, por la esperanza que se emboca y por el dolor de las cosas que se abandonan.

Me reuní con ellos en el desierto del Níger, el inmenso sendero de arena: no ya eritreos, somalíes, sudaneses, negros o árabes, con los documentos tirados desaparecían sus identidades, eran otra gente, tambaleantes, corroídos, descarnados, dislocados, endebles, desarraigados. Ya habían pagado mucho y aún les quedaba mucho por pagar, en cada etapa, durante semanas, durante meses, durante años; conmovidos por el cielo estrellado, por el silencio, por el recuerdo resignado de los muertos, por la fuga del tiempo, por el ímpetu del corazón. Los vi desaparecer en Gao, engullidos por los camiones, grandes camiones de las minas, de los traficantes. En sus ojos había una dulzura secreta, una nota tierna y transida que yo, que nosotros para quienes el viaje no es más que un túnel que cruzar a toda prisa, no podíamos entender. Ninguno de mis «clandestinos» quería ser compadecido, en sus rostros bregaba una expresión de alegría. ¡Cuántos prefieren callar! Su dolor es su secreto, el último tesoro que se resistían a ceder después de que los traficantes de hombres se lo hayan quitado todo. Nosotros los occidentales, en cambio, para compadecer, sentimos la necesidad de ver sufrir.

Traducción de Carlos Gumpert.

http://internacional.elpais.com/internacional/2013/10/04/actualidad/1380910862_152662.html