Un soplo fuerte, inesperado y frío,
por los senderos libres y desiertos
barrió las secas galas del estío...

M. Hernández

lunes, 31 de diciembre de 2012

Lo que todos perdemos en Tombuctú

Llegan noticias tristes de Tombuctú, la antaño Perla del Desierto, la
ciudad perdida y prohibida, la de los 333 santos, El Dorado junto al
Níger, la urbe de legendarias sabiduría y riqueza que los europeos
soñaron durante siglos pavimentada de oro y de la que escribió en 1550
León el Africano: "El rico rey de Tombuctú tiene un gran tesoro de
monedas y lingotes de oro, una corte magnífica, tres mil jinetes e
infinidad de soldados de a pie y muchos doctores, jueces, sacerdotes y
otros hombres instruidos, que mantiene a su costa". Las milicias
islamistas que, después de expulsar a sus otrora aliados tuareg,
controlan Tombuctú (una Tombuctú muy distinta a la de la leyenda, en
polvoriento declive desde hace siglos), han desatado una nueva ola de
violencia contra el patrimonio de la ciudad, ensañándose otra vez
especialmente con los viejos mausoleos de santones que son uno de sus
tesoros culturales.

¿Qué se nos ha perdido, qué se nos está perdiendo y qué se nos puede
perder en Tombuctú? Mucho. La ciudad, hoy poco impresionante, posee no
obstante vestigios de su pasado esplendor, cuando era una capital
intelectual y espiritual en los siglos. Son especial testimonio de la
Edad de Oro sus tres antiguas mezquitas de Djingarey Ber, con su
icónico minarete piramidal, Sankore y Sidi Yahia, y los 16 mausoleos
de hombres santos que estaban considerados un baluarte mágico de
protección de la ciudad contra el infortunio. Todas esas
construcciones están incluidas en la lista de Patrimonio de la
Humanidad de la Unesco y ahora en la de Patrimonio en Peligro. Se teme
también por la suerte de miles de manuscritos preislámicos y
medievales, algunos de ellos llevados por los moriscos, que se
conservan en la ciudad y que los radicales juzgan impíos.

Los islamistas de Ansar Dine, que iniciaron su programa de destrucción
en junio, han demolido el pasado día 23 dos mausoleos más que se suman
a los destrozados en meses anteriores, cuando cayeron bajo sus
piquetas iconoclastas, primas de las que borraron de la faz de la
tierra a los afganos Budas de Bamiyán, siete, entre ellos el de Sidi
Mahmud (hombre docto y santo fallecido en 1547). En Tombuctú hay
además varios centenares de tumbas que se veneran.

"Los mausoleos son construcciones pequeñas de adobe con una cúpula",
explica el restaurador catalán Eduard Porta, que estuvo trabajando
hace tres años en la conservación de la mezquita de Djingarey Ber
(1325) como asesor del Aga Khan Trust for Culture (AKTC). "Esos
recintos son muy frágiles y muy susceptibles a las iras de los
fanáticos islamistas que los consideran sacrílegos por atentar contra
su visión monolítica de la religión y ofender a Alá". Según Porta, sin
embargo, las mezquitas inicialmente no están en peligro, "para
cualquier musulmán sería inexcusable atacarlas". No obstante, hay
noticias de que al menos el muro exterior de la de Sidi Yahia y su
entrada han sufrido daños. Los extremistas la habrían atacado por
considerarla expresión de una versión local del sufismo que tienen por
idólatra.

Sumida hoy en la oscuridad fanática y la barbarie, convertida en
bastión de Al Qaeda y sus cómplices, Tombuctú sigue siendo un lugar
mítico que resuena con fuerza en la imaginación de Occidente —de
Tennyson a Paul Auster— con el evocador staccato de sus tres sílabas,
y conjura imágenes de aventura a lo Beau Geste.

Símbolo de lugar misterioso e inaccesible, como Cibola, Shangri-La,
Zerzura, Agartha o Tadmor, la ciudad, meca de las caravanas de sal,
marfil y esclavos, se convirtió en una dorada obsesión para los
exploradores europeos y la Sociedad Geográfica de París llegó a
ofrecer en 1824 una recompensa para el primer no musulmán en llegar
hasta ella y regresar para contarlo. Ya en 1788 un grupo de ingleses
se habían juramentado para alcanzarla y se cree que quizá el gran
Mungo Park pudo haberla visitado, pero se ahogó en el Níger y se llevó
con él su diario. El escocés Alexander Gordon Laing llegó a Tombuctú
en 1826, el primero en hacerlo, no sin problemas: durante la travesía
del Tanezrouft fue herido en 24 partes del cuerpo y perdió la mano
derecha. Permaneció en la ciudad 38 días, pero falló en la vuelta: lo
asesinaron.

Así que fue el francés René Caillié, dos años después, el ganador del
premio, al llegar a Tombuctú disfrazado de egipcio y regresar vivo.
Tras un viaje lleno de dificultades, Caillié quedó algo decepcionado
con la visión de la mítica ciudad de sus anhelos: Tombuctú no era más
que "una aglomeración de casas de mal aspecto hechas de barro". Es
cierto que para entonces ya hacía tiempo que la ciudad había perdido
la majestuosidad que la hizo famosa. Pero nunca ha dejado de seguir
fascinándonos con su aroma de exotismo y aventura.

Es significativo que la situación actual en la ciudad tenga
similitudes con el guion de Timbuktu (1959), la película de aventuras
de Jacques Tourneur en la que un fanático líder musulmán (capaz de
torturar con arañas a Victor Mature) pone en jaque a la guarnición de
la Legión Extranjera en la ciudad, en guerra con los tuareg.

http://cultura.elpais.com/cultura/2012/12/29/actualidad/1356801903_775949.html

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