Un soplo fuerte, inesperado y frío,
por los senderos libres y desiertos
barrió las secas galas del estío...

M. Hernández

lunes, 31 de diciembre de 2012

Mala suerte si eres músico

Las noticias que del norte de Malí no podían ser peores. Una de las
principales canteras musicales del planeta está siendo acallada por la
interpretación fundamentalista de la sharía. En Niafunké, la localidad
que Ali Farka Touré puso en el mapa, resulta imposible escuchar su
música. El recuerdo de Touré, que ejerció de alcalde, no conmueve a
las nuevas autoridades. A pesar de que invirtió allí todo lo que ganó
internacionalmente, proporcionando electricidad y alcantarillas a los
vecinos.

Ahora sería imposible que le visitaran Ry Cooder, Taj Mahal, Corey
Harris y demás admiradores, para tocar juntos a las orillas del río
Níger y comprobar in situ si era cierto lo del origen maliense del
blues. A Touré le encantaba explicar que era agricultor pero que sus
antecesores fueron guerreros, parte de un ejercito llamado -en
castellano- Armas, enviado desde la España musulmana para controlar
las rutas saharianas del oro y la sal; nuevos guerreros, los de Ansar
al Dine, pretenden borrar su obra.

Los músicos occidentales deben pensárselo si quieren acudir al
Festival en el Desierto, donde se presentan los tuaregs que tocan
hipnóticas guitarras eléctricas (la leyenda decía que las del grupo
Tinariwen estaban pagadas por Muamar el Gadafi, generoso con los
movimientos insurgentes de los países cercanos a Libia). Por fuerza,
el Festival ha resultado una iniciativa nómada: la próxima edición,
del 20 al 22 de febrero, se desarrollará en el noreste de Burkina
Faso. Lo llaman ahora Festival au Désert in Exile.

Un drama ya que los creadores malienses aspiran legítimamente al
mercado global, con sus discográficas, sus públicos, su
infraestructura. Pero igualmente ellos necesitan el contacto con la
tierra, con ese público que consumía ávidamente sus creaciones y que
requería a los músicos para ocasiones ceremoniales.

En la actualidad, los sometidos al régimen islamista del Azawad
tienen prohibida la música, en todas sus formas: un móvil con un
ringtone musical es confiscado inmediatamente, igual que cualquier
reproductor. Sólo tomando precauciones, con auriculares y en la
intimidad del hogar, se atreven a escuchar a sus favoritos.

No existe la profesión de músico; da lo mismo que toquen
instrumentales o que canten las glorias del pasado. La vocalista
Khaira Arby cuenta que los radicales invadieron su casa de Tombuctú y,
frustrados por no encontrarla, destrozaron discos e instrumentos.
Cuando cayera en sus manos, avisaron, el castigo consistiría en
cortarla la lengua.

Con semejantes amenazas, todos sus colegas han puesto píes en
polvorosa. Refugiados en Bamako, lanzan canciones y videos para
recordar al débil gobierno central su situación. El rapero Kissima ha
popularizado su exigencia de "Liberar el norte"; el llamado Colectivo
de Artistas del Norte (CAN) insiste en su mensaje: "Malí es
indivisible". Comparte sus afanes una de las máximas estrellas del
país, Rokia Traoré: "sin música, Malí dejará de existir".

No hay posibilidad de entendimiento. Un periodista del Washington
Post logró comunicarse con Omour Ould Hamaha, comandante rebelde. Sus
pronunciamientos fueron categóricos: "la música es contraria al Islam.
En vez de cantar ¿por qué no leen el Corán? No estamos únicamente en
contra de los músicos de Malí; estamos en una guerra contra todos los
músicos del mundo".

http://cultura.elpais.com/cultura/2012/12/29/actualidad/1356802769_467796.html

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